...y después de Castillo, ¿ Qué... ?
Luego de intensos días de movilizaciones y reclamos, ya tenemos un "virtual" Presidente se acuerdo a los resultados de la ONPE. La guerra se desató en todos los ámbitos, desde las redes sociales hasta las principales plazas y avenidas de Lima. El detonante fue la presunción de fraude. Sin embargo, al parecer, vanos fueron los esfuerzos de los abogados de FP para demostrar tal cosa y revertir los resultados a favor de Keiko Fujimori.
Queramos o no, Castillo es nuestro nuevo Presidente y por encima de nuestras diferencias, está el bien del Perú y de las próximas generaciones de peruanos, por lo tanto aquí no queda otra que sentarnos a conversar y tender puentes para solucionar los impostergables problemas del país y no enfrascarnos en discusiones ni ideológicas ni de contenido étnico (por no usar el obsoleto término "racista"). Castillo tendrá que rodearse de gente probadamente decente, de profesionales A-1 y expectorar a los extremistas y/o con sentencias por corrupción o terrorismo de su entorno si quiere ganarse la credibilidad de ese 50 % que no votó por él.
Lamentablemente, el Bicentenario nos coge con casi los mismos problemas del inicio de nuestra vida independiente: pobreza (recrudecida por la pandemia), desigualdad, convulsión política, centralismo (alimentado por la nefasta regionalización) y falta de equidad en las oportunidades. Tanto San Martín como Bolívar trataron de terminar con la terminología de "aborígenes o indios" para que sean considerados como nuevos peruanos con los derechos que les debían asistir. Sin embargo, siguieron en situación de esclavitud obligados a pagar el tributo indígena hasta 1,850 en que fue abolido por el presidente Ramón Castilla. La independencia sólo cambió a las élites españolas por las nuevas élites criollas. Los indígenas quedaron bajo el control de los gamonales y nunca se les reconoció el derecho a recuperar sus antigua propiedades. Esta población , por décadas quedó relegada, sin derechos civiles y sin los beneficios del Estado. Ni el apogeo del guano y del salitre y aún del importante crecimiento económico de las últimas décadas significaron un cambio importante en su postergada situación.
Dicho esto, es de esperar entonces que cada cierto tiempo se den movimientos políticos que buscan la transformación del Estado y de movimientos sociales que pretenden poner sobre el tablero la necesidad de reformas profundas de orden cultural. La Covid-19 puso en evidencia los graves problemas tanto de la zona rural como de los cinturones de pobreza ubicados en la periferia de las grandes ciudades, especialmente de Lima y Callao. Pero no todo se reduce a lo económico, sino también a lo social y estas elecciones han añadido un tercer elemento : lo cultural. No hemos sido capaces en estos 200 años de vida independiente de forjar un Estado-Nación, ni de crear vínculos entre peruanos (todos: costeños, quechuas, aimaras, amazónicos y afro-peruanos). Los limeños, herederos de la mentalidad criolla no interiorizan aún que las diferencias etno-culturales, no son razón de menosprecio (que sí lo hay) y que es de justicia atender el olvido en que se encuentran las poblaciones del interior del Perú por las razones anteriormente expuestas.
Castillo tiene enormes desafíos por resolver: acabar con la desigualdad socio-económica, educativa, cultural y construir la infraestructura necesaria para conectar cada rincón del Perú y acercarlos, de esta manera, a las oportunidades de progreso, además de recuperar los buenos niveles de nuestra economía y terminar con la crisis sanitaria. Pero no podrá hacerlo solo. Es tiempo de demostrar nuestra grandeza como peruanos , dejar de lado nuestros intereses partidarios o personales y poner el hombre, caso contrario las explosiones sociales estarán a la orden del día y porqué no, el temido terrorismo.
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